Cuando empiezan a aparecer los primeros informes de la Plaga del Caos en los asentamientos limítrofes del Imperio, se les resta importancia; se dice que son cuentos inventados para mantener alejados a visitantes no deseados. Pero, cuando la plaga hace su aparición en las calles de Altdorf, la situación cambia por completo. Para cuando el Emperador reacciona decretando su primera orden de cuarentena, la vil enfermedad ya se ha extendido por casi todos sus dominios. Los médicos del Imperio trabajan día y noche combatiendo el mal, pero la plaga resiste a todo intento de cura.
Las víctimas de la Plaga del Caos experimentan al principio cansancio, dolores, úlceras y una sed extrema. Después, pasan a sufrir brotes de náuseas, pero lleva casi un mes alcanzar las fases finales de la enfermedad. En ese punto es cuando la terrible naturaleza de la plaga se manifiesta; los pobres desgraciados que llevan tres o cuatro semanas experimentando sus síntomas comienzan a cambiar, transformándose en viles mutantes del Caos que atacan salvajemente a cualquier criatura que se cruce en su camino. Aquellos que tienen la suerte de no caer en las garras de la enfermedad, suelen morir a manos de los salvajes monstruos que genera.
A medida que transcurren los meses, aumenta el índice de muertos. La cuarentena y la ley marcial no consiguen frenar el avance implacable del mal, y el miedo y la paranoia se apoderan de todas las poblaciones del Imperio. Las milicias de las ciudades azotadas por la plaga se ven obligadas a combatir las hordas de mutantes del Caos que vagan por las calles, dejando las murallas desprotegidas contra amenazas externas. Bandas envalentonadas de malhechores merodean por los alrededores de las villas, saqueando, quemando y matando a voluntad. No se ha conocido drama similar en la historia del Imperio, pero la Plaga del Caos es un mero precursor de la tragedia que se avecina.
Las víctimas de la Plaga del Caos experimentan al principio cansancio, dolores, úlceras y una sed extrema. Después, pasan a sufrir brotes de náuseas, pero lleva casi un mes alcanzar las fases finales de la enfermedad. En ese punto es cuando la terrible naturaleza de la plaga se manifiesta; los pobres desgraciados que llevan tres o cuatro semanas experimentando sus síntomas comienzan a cambiar, transformándose en viles mutantes del Caos que atacan salvajemente a cualquier criatura que se cruce en su camino. Aquellos que tienen la suerte de no caer en las garras de la enfermedad, suelen morir a manos de los salvajes monstruos que genera.
A medida que transcurren los meses, aumenta el índice de muertos. La cuarentena y la ley marcial no consiguen frenar el avance implacable del mal, y el miedo y la paranoia se apoderan de todas las poblaciones del Imperio. Las milicias de las ciudades azotadas por la plaga se ven obligadas a combatir las hordas de mutantes del Caos que vagan por las calles, dejando las murallas desprotegidas contra amenazas externas. Bandas envalentonadas de malhechores merodean por los alrededores de las villas, saqueando, quemando y matando a voluntad. No se ha conocido drama similar en la historia del Imperio, pero la Plaga del Caos es un mero precursor de la tragedia que se avecina.